Crónicas costeras (I)

Día 21.

Seguimos explorando la costa, despoblada. En una semana apenas nos hemos cruzado con unas decenas de personas. El mar llega con fuerza, choca contra las rocas, levanta ondas expansivas de espuma, y ese constante run-run es nuestra única compañía fiel. Vamos atrapados entre el mar y los bosques que caen hasta la orilla, coqueteando con la costa.

Más alto, en las montañas, divisamos de vez en cuando columnas de humo, probablemente pastores que se refugian del frío de las alturas. El otoño se acerca ya; cuando llueve, el frío y la humedad se alían para perforar los huesos y llegar hasta el tuétano.  Desde que cruzamos el primer río la temperatura ha descendido considerablemente; aún nos falta mucho camino para llegar al estuario que queremos remontar en busca de refugio, y nos preocupa que llegue el día en que la niebla sea demasiado fría, oscura y húmeda para pasar la noche al raso.

La costa vuelve a abrirse hacia el norte y todo apunta a que caminaremos haciendo un gran giro. Seguimos sin atrevernos a explorar los bosques y buscar una ruta más directa hasta el estuario. No hay mapas. Es una gran mancha blanca.

Una gran mancha blanca. Hace frío.

Bosques en la costa

Llueve

Llueve. Diluvia en Durango. Y la cabeza vuelve a atardeceres atlánticos, a tés inspiradores…

Asilah

Observar

Me está costando retomar la escritura, y me pregunto si no será que, simplemente, no tengo nada que contar. Y es que escribir es compartir lo vivido/sentido/observado… Poco de eso, últimamente. Vamos a intentarlo. Quizás, podemos empezar a deshacer por la observación. Es un primer paso sencillo. Observando, disfrutando, es muy fácil dejarse llevar al sentimiento, y cuando los sentimientos empiezan a inundarlo todo, la vida vuelve sola.

Todo circulos, cada vez más deprisa.

 

Hyde Park

Ni el hombre blanco está exento de su destino

Yo tenía catorce años. JM, el profesor del que más llegué a aprender, después de una clase de Historia ¿o quizás de euskera? se me acercó con una sola hoja dentro de un portafolios de plástico. Era una fotocopia de un texto viejo, impreso en una tipografía arcaica y con fallos. Me dijo que lo leyera, que reflexionar y que me quedase con la copia.

Han pasado once años y ayer, recogiendo por casualidad una caja olvidada en casa de mis padres, aparecieron el portafolios y el texto viejo. Es una carta escrita por el jefe indio Seattle de la tribu Suwamish en 1854 a Franklin Pierce, presidente de los Estados Unidos, como respuesta a una oferta de compra de tieras.

El gran jefe de Washington envió palabra de que desea comprar nuestra tierra. El gran jefe también nos envió palabras de amistad y buenos deseos. Esto es muy amable de su parte, desde que nosotros sabemos que tiene necesidad de un poco de nuestra amistad en reciprocidad.

Pero nosotros consideramos su oferta; sabemos que de no hacerlo así el hombre blanco puede venir con pistolas a quitarnos nuestra tierra.

El gran jefe Seattle dice: «El gran jefe de Washington puede contar con nosotros sinceramente, como nuestros hermanos blancos pueden contar el regreso de las estaciones. Mis palabras son como las estrellas – no se pueden detener».

¿Cómo intentar comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? La idea nos resulta extraña. Ya que nosotros no poseemos la frescura del aire o el destello del agua. ¿Cómo pueden comprarnos esto? Lo decidiremos a tiempo.

Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi gente. Cada aguja brillante de pino, cada ribera arenosa, cada niebla en las maderas oscuras, cada claridad y zumbido del insecto es santo en la memoria y vivencias de mi gente. Sigue leyendo

Ideas

Ideas. Es precioso sentarse alrededor de una mesa, acompañado de personas a las que aprecias, para pensar en proyectos conjuntos de futuro. En regresar a lugares añorados, para abordar sueños que regresan una y otra vez, insistentemente, pidiendo ser convertidos en realidad.

Hoy es un día bonito. Por ese y otros muchos motivos.

SF

 

El día y la noche

Siempre me ha gustado escribir mirando hacia alguna ventana. Es un contraste extraño y placentero: mientras buceas en tus rincones más íntimos y recónditos, tienes frente a tus ojos la inmensidad, la calle, el mundo, todo lo demas. Y solo te separa un fragil cristal.

Hoy he decidido volver a intentarlo. Bajar de nuevo a esos lugares ocultos. Y desde esta nueva ventana, dependiendo del tiempo y de cuánta lluvia o sol haya bajo mi tejado, puedo ver mundos muy diferentes.

Desde la ventana - Día

Desde mi ventana - Noche